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Carta Obispo2018-12-03T19:39:12+00:00

María Reina de Dolores y Madre del Cielo

Con la coronación que próximamente viviréis se pone de manifiesto una entrañable historia de piedad mariana que comenzó en Sanlúcar el año 1731 con la fundación de la Venerable Orden Tercera de los Siervos de María Santísima de los Dolores -Servitas-, en la Iglesia de la Santísima Trinidad, que se ha mantenido y se ha ido acrecentado, como pone de manifiesto la futura coronación canónica, que  sólo puede hacerse cuando está garantizada una sólida y arraigada devoción a una imagen y advocación de la Virgen.

Y es precisamente esa devoción la que nos lleva a contemplar a Nuestra Señora de los Dolores para profundizar a través de esta bendita imagen en el misterio de amor manifestado en la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo.

En primer lugar, María se nos presenta como Reina de Dolor y Dolores.

Contemplémosla sola ante  su Hijo desfigurado por los azotes camino del Calvario, o ante su Hijo Crucificado, Muerto y Sepultado. Contemplemos su rostro, su corazón, sus manos, su mirada clavada en el cuerpo inerte de su Hijo, de un hijo que somos también tú y yo. Ante esa contemplación preguntémonos

¿Cómo estaría el corazón de María cuando ve que los pocos discípulos que quedan lo bajan de la cruz, lo envuelven en lienzos aromáticos, lo dejan en el sepulcro? Y descubrimos en Ella un corazón en el que el dolor y la fe se funden.

María, desde las terribles palabras proféticas de Simeón anunciándole que una espada le desgarraría su alma, llevaba más de treinta años esperando esta hora.  En sus largos años de silencio, rumiaba estas cosas. Y ahora ya estaba aquí el dolor, la soledad.

De nuevo experimentaba la terrible soledad de los días en que José desconfiaba de ella. Y de nuevo observamos un corazón en el que la incomprensión y la fe se funden, pues María, para ser corredentora, tuvo que pasar como su Hijo por la más absoluta soledad y abandono, para poder decir, con Él, “a tus manos encomiendo mi espíritu”.

María en el Calvario, podemos decir que vive una segunda anunciación. Hace treinta años, Ella lo recuerda bien, un ángel la invitó a entrar por la puerta del misterio de la salvación de Dios. Ahora, ante su Hijo Crucificado vuelve a entregarse en las manos de la voluntad de Dios. Es ahora en sus Dolores donde María mantiene el fiat de la Anunciación. María vuelve a decir sí, aceptando ser una discípula fiel de su Hijo y a ser nuestra Madre. Su Dolor holocausto perfecto a imitación del de su Hijo. Es oblación total. Es corredención. Y ahora, a través de María, el Santísimo Cristo de las Misericordias nos abre la puerta del amor, de la paz, y del perdón.

Por tanto, ante esta bendita imagen de Nuestra Señora de los Dolores, tratemos de contemplar en María su fe, su esperanza y su amor, que nos ayude a nosotros. Fe, esperanza y amor que la sostienen en medio de la prueba; fe, esperanza y amor que la hicieron llenarse de Dios. Fe esperanza y amor que se manifiesta en su obediencia, su humildad y su colaboración en el plan de Cristo, que vino a traer el remedio a la humanidad.

Pero no sólo contemplamos a María como Reina de Dolores, sino que la vamos a contemplar coronada. Y es su corona la que nos hablará de la maternidad  y de la victoria de María. Su corona es signo del gozo de María cuando contempla que la muerte, la cruz no es el final. Penetremos en el gozo de María en la resurrección. Tratemos de ver a Cristo que entra en la habitación donde está la Santísima Virgen. El cariño que habría en los ojos de nuestro Señor, la alegría que habría en su alma, la ilusión de poderle decir a su madre: «Estoy vivo». Cristo, que llega junto a María, llena su alma del gozo que nace de ver cumplida la esperanza. ¡Cómo estaría el corazón de María con la fe iluminada y con la presencia de Cristo en su alma! Si la encarnación, siendo un grandísimo milagro, hizo que María entonase el Magníficat. ¿Cuál sería el nuevo Magníficat de María al encontrarse con su Hijo? ¿Cuál sería el canto que aparece por la alegría de ver que el Señor ha cumplido sus promesas, que sus enemigos no han podido con Él y que hay remedio para la humanidad?

Ya no hablaría de promesa, sino de una promesa cumplida de una realidad presente. Y es por ello que la coronación de la Virgen es siempre para nosotros un aliento. Su corona nos habla de que cuando parezca que todo ha terminado, cuando queramos tirar la toalla, cuando la enfermedad nos abrace, cuando parezca que el matrimonio no tiene futuro, cuando experimentemos el dolor profundo del alma, cuando tengamos que entrar en la soledad de la muerte, contemplar a la Virgen de los Dolores Coronada será nuestra fuerza y nuestra esperanza.

La mirada a nuestra Madre Bendita nos mostrará el misterio del Santísimo Cristo de las Misericordias, que nos revela que el corazón de nuestro Dios es perdón y misericordia. Esta convicción nos da confianza para acudir a ella diciéndole “Bajo tu amparo, nos acogemos, Santa Madre de Dios”- no desoigas la oración de tus fieles que vienen para encomendar a Tu Bendito Hijo a sus familias; a los matrimonios, a los niños; y a todos los enfermos para que los consuele y los anime.

Monseñor D. José Mazuelos Pérez. Obispo de Asidonia-Jerez.

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